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jueves, 7 de febrero de 2019

Pilar


"Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta contó. Dijo que había contemplado desde arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.

- El mundo es eso -reveló- un montón de gente, un mar de fueguitos.

Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás.
No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende"

Eduardo Galeano, "El libro de los abrazos"

Hace algo más de año y medio, en una etapa difícil de mi vida, conocí a la primera Margarita que prefiere llamarse Pilar, aunque todos-as la llamamos por el primer nombre. Ella es uno de esos fuegos grandes, de colores, que llenan el aire de chispas y abrigan al que se acerca.



















En realidad, cuando la conoces, sabes que está en lo cierto, que es Pilar el nombre que se ciñe a ella como un guante. Pilar, como nombre, significa sustento, columna...soporte de la vida; a nadie le queda mejor ese nombre que a ella, una mujer coqueta y de aspecto rotundo, sabia de la vida y maestra en el crecimiento de las habilidades personales, amante de las piedras protectoras y de las citas escritas en papelitos de colores. Emana una luz que desprende chiribitas (como me gusta esta palabra) y regala abrazos llenos de mucho amor.


Pilar atrae como si fuera un árbol fuerte con un gran poder de sanación, te abraza con ganas, y acompaña su achuchón con un suspiro largo y tranquilizador. Desde que la conozco, cuando me he sentido triste y asustada me ha regalado muchos abrazos reconfortantes, largos, apretaditos... de esos que te animan a caminar.


Hay personas que tienen la capacidad de unir nuestras partes rotas. Lo hacen con un abrazo, un gesto que tiene la capacidad de aliviar el dolor que sentimos sin que haga falta añadir palabra alguna. Los abrazos alimentan, consiguen acariciar el alma, crean un refugio entre los brazos para que el cuerpo se amolde a otro y son mágicos porque recomponen heridas y confirman algo imprescindible, que más allá del sufrimiento, hay alguien que se preocupa y nos da su apoyo y cercanía.


Una de esas personas que te cobija entre sus brazos es Pilar, un fueguito grande, con la capacidad de ser sereno y apasionado a la vez, que te abraza y te quita el frío. Y además te enseña a crecer...¿se puede pedir más?

He creado esta figura de papel maché para ella; yo veo a Pilar como una "mujer-árbol" fuerte, protectora y generosa, que reparte lo mejor de ella.


Con todo mi cariño y mi agradecimiento eterno.