Había una vez un bosque encantado por una bruja malvada, que por el día lucía colores vivos y llamativos pero que, por la noche, se convertía en un lugar triste y apagado, de colores grises.
Allí vivían, en el árbol más alto, siete mariposas grandes y hermosas, con alas de terciopelo y colores llamativos. Cada una era de un color diferente.
Todas las mañanas, cuando aparecía el sol, la mariposa verde daba color a las copas de los árboles, a las hojas y al césped. La mariposa naranja pintaba las frutas y verduras e incluso el atardecer. La mariposa amarilla era la encargada de pintar al sol antes de que éste empezara a calentar demasiado y derritiera sus alas. La mariposa violeta pintaba todos los animales del bosque, todos del mismo color. La mariposa azul daba color al cielo, a las nubes esponjosas y a las aguas del mar. La mariposa roja, amante de la Navidad, solo coloreaba a las rosas, amapolas y flores de Pascua. La mariposa de color añil repasaba todo lo que habían pintado las demás, dándole luces y reflejos.
Cuando la bruja se enteró de lo que sucedía durante el día, preparó una terrible trampa: les echó unos polvos mágicos para que no pudieran volar y las capturó una a una, encerrándolas en una jaula.
Al día siguiente el bosque amaneció gris y durante meses la tristeza se apoderó del lugar. Las nubes no dejaban de llorar y las siete mariposas, notando que se mojaban , sacudieron las alas lanzando al viento miles y miles de gotas de agua, impregnadas con sus colores.
Fue todo un espectáculo. Desde un horizonte a otro, como un espectro de luz, surgió el arcoiris cubriendo todo el bosque. Y aunque las siete mariposas siguieron enjauladas, cada vez que llueve y sale el sol, todas juntas aletean con alegría, indiferentes a su triste destino.
Y cada vez, la bruja malvada rabia al verlo.